Tras la lectura y el análisis del texto visto en clase: “Experiencia y
alteridad”, hemos decidido resaltar algunas ideas a cerca de ambos conceptos y
como éstos afectan en el aprendizaje que tiene lugar de forma consciente o
inconsciente a lo largo de nuestra vida, como fruto de todas las relaciones que
tienen lugar en ella.
La educación debe promover la intervención, la implicación de todos sus componentes,
y no por lo contrario, tratarlos como objetos rígidos. A su vez, la educación
es o debe ser aquel lugar de relación, de encuentro con los demás, es decir, una
relación bidireccional, caracterizada por una mayor participación y dinamismo,
en la que no sólo se enriquece el educando a partir de las aportaciones o
intervención del educador, sino que también suceda a la inversa, siendo el educador
el que a la vez aprende del educando.
Para ello, no solo es necesaria nuestra propia exploración, sino a su vez
necesitamos de la relación con los otros, la exploración de las vivencias y
experiencias ajenas, para en cierto modo sentir inquietudes y a partir de
entonces tener la necesidad de aprender.
A menudo la atención a la insuficiencia, la inquietud por ir más allá de
lo que conocemos o hemos aprendido hasta entonces, es lo que nos mueve e incita
a la búsqueda de nuevos conocimientos, a su vez a la necesidad de expresarnos
ante los demás. Y en ello también juega un papel necesario la experiencia, ya
que a menudo ésta no es tan solo aquello que sucede en nuestras vidas sino a su
vez recobra una gran importancia el modo en el que nos ocurre. Es aquello que
nos hace aprender de forma inesperada y en ocasiones no solo nos hace aprender,
sino mejorar y ampliar aquello que ya conocíamos previamente. Es como el
“caminar” a lo largo de un camino en vez de sobrevolarlo, la implicación
directa, el ser consciente no solo de los puntos fuertes del mismo sino también
de los débiles, tenerlos cerca, poder mejorarlos y aprender de ellos.
La experiencia por tanto, va más allá de lo práctico, a su vez, requiere
de cierta alteridad ya que no aprendemos únicamente de las experiencias propias,
sino a menudo también de las ajenas. Por dicha razón, solemos constantemente
necesitar de algo o de alguien para aprender o adquirir experiencia. Una vez
poseemos cierta experiencia, reflexionamos de forma individual y
tras dicha reflexión acerca de lo que más nos impresiona o inquieta, se produce
el aprendizaje. De este modo, la experiencia adquiere ciertos rasgos
educativos, ya que es el aprendizaje originado a partir de la misma, o el
aprender junto a los demás, lo que nos va realizando como personas con el paso
del tiempo.
En la siguiente imagen, podemos observar como en las aulas en las que los alumnos son mero objeto de estudio, la relación bidireccional entre educando y educador quedan en un segundo margen, y en consecuencia la experiencia educativa.
A diferencia de la anterior, en la siguiente imagen podemos observar un clima participativo, dinámico, en el que no solo participa el educador, sino que a su vez, se tienen en cuenta las propuestas y experiencias ajenas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario